
SOPHIE GONZÁLEZ BENOIT
UNA HISTORIA DE REINVENCIÓN QUE DEJA HUELLA
POR JOAQUÍN TRINIDAD PALMA
Hija de padre venezolano y madre canadiense-francesa, nació y vivió su infancia en la ciudad de El Tigre, al noreste de Venezuela en el Estado de Anzoátegui. El Tigre alberga casi tres siglos de historia, pero no fue fundada como ciudad hasta el 23 de febrero de 1933 tras la primera extracción de petróleo liderada por la Gulf Oil Company. Según relatan los cronistas de la época, el hecho se esparció por Venezuela como pólvora y atrajo de a 15 habitantes por día que construían tres casas cada 24 horas para recibir a los nuevos residentes venezolanos, chinos, italianos, árabes, portugueses y españoles. Su abuelo paterno fue el primer médico de la ciudad, pero la historia de Sophie no comenzaría a escribirse hasta bien sus padres cruzaran caminos en Canadá, mientras su padre cursaba estudios en el extranjero. Sus raíces la llevaron a tener una vida marcada por la influencia de múltiples culturas. La vida la enfrentó a grandes desafíos desde temprana edad que pusieron a prueba su adaptación al cambio y su resiliencia. Vivió en Venezuela, Canadá, Francia, Argentina y Uruguay. Es arquitecta, artista y una de las co-fundadoras de RED, la organización que acerca el arte a lugares alternativos de exposición.
Has tenido una vida influenciada por muchas culturas. ¿Cuál sería una característica que atravesó tu vida?
Mi capacidad de reinvención, sin dudas. Siento que he tenido sesenta vidas distintas, me he reinventado muchas veces. Y también la de adaptación. Siempre me he sentido extranjera en todas partes. De chica, recuerdo que mis compañeras venezolanas llevaban arepas al colegio, y yo llevaba pan con mantequilla de maní como harían en Canadá. Siempre estuvo presente la mezcla de culturas.
¿Hasta qué edad viviste en El Tigre? Hasta mis 13 años. Aún tengo lindos recuerdos en la finca de mi abuelo paterno, por ejemplo. A esa edad me fui a vivir a Caracas con mi hermana mayor que me lleva cuatro años, para así terminar mis últimos años de liceo antes de ingresar a la universidad.
¿Cómo fue abandonar la casa de tus padres a tan temprana edad?
Fue una época muy divertida de mi vida que agradezco haber transitado. Al mismo tiempo fue un período de mucha responsabilidad. Estábamos a más de seis horas de casa y la confianza que habían depositado mis padres en mí era tal, que llevó a que no cometiera tantas locuras como podría esperarse de una chica
de esa edad. Cursaste tu vida universitaria en una casa de estudios que en el año 2000 fue declarada como Patrimonio de la Humanidad por la
UNESCO tras ser considerada como un ejemplo de los ideales artísticos, arquitectónicos y urbanísticos de principios del siglo XX.
¿Fue la universidad una gran influencia artística en ti?
La Universidad Central de Venezuela es una ciudad universitaria y está rodeada de arte por todas partes, aunque no sé si cuando estaba estudiando arquitectura no me separé del arte. Me cuadriculé un poco y si bien me aparté del arte en sí misma, me encantó hacerlo. Fueron años de mucha pasión y disfrute. Estaba más centrada en los materiales, las influencias y los grandes arquitectos.
¿Fue entonces tu familia la responsable de despertar el amor por el arte en ti?
Había mucho arte en mi familia. Mi tío abuelo materno era Premio Nacional de Arte y mi abuela materna hubiese sido una muy buena artista si hubiese nacido en otra época de la historia. Mi padre es arquitecto pero estudió Bellas Artes en Canadá. La diversidad de culturas era mucha y a eso puedes sumarle que nuestras vacaciones de julio eran siempre compartiendo un mes con la familia de mi mamá en Canadá y teníamos que hablar su idioma. Eso me permitió desde muy chica adaptarme a los cambios y el arte estuvo ahí siempre.
El contacto con el “hacer”, ¿Es algo que llevás contigo desde pequeña o surgió en tu etapa adulta?
Lo tengo desde chica. Me acuerdo que me encantaba entrar a las papelerías, mirar y tocar todos los materiales, hoy de igual modo amo entrar a las ferreterías. De pequeña recuerdo ver a mi padre leer muchísimo y a mis siete u ocho años, me regalaron El Quijote de la Mancha ilustrado, ¡eran ocho tomos!… yo siempre prefería crear cosas.
Tras graduarte como arquitecta, ¿Tuviste una predilección por trabajos de diseño y planificación o por los vinculados a la ejecución?
Me fui directo a la obra, y creo que de allí es que desarrollé una relación tan íntima con el material, con cómo manejarlo y trabajar en su ductilidad.
¿Cuáles fueron tus primeras experiencias profesionales?
Tuve varios emprendimientos que eran sobre crear paneles y lámparas que no se conseguían en aquel momento. El desafío era crearlas. Luego de mi graduación como arquitecta, trabajé con un restaurante, luego con una franquicia de sushi, comencé a hacerme un nombre allí y luego salté a trabajar con supermercados.
Y trabajando conociste a tu actual marido, ¿cierto?
Exacto, de hecho fue por pura casualidad. Yo estaba trabajando en una reforma en un supermercado y a raíz de un inconveniente, nos conocimos.
¿Cómo se dio el giro del vínculo profesional al personal? Las vueltas de la vida que no dejan de sorprenderte. Un día te levantas, vas a trabajar y conoces a una persona que años más tarde se convertirá en tu marido.
Así que son una familia ensamblada, ¿Cómo se vive eso? Con gran cariño. Valoro muchísimo que nuestros hijos más grandes tengan la confianza para llamarme y que compartamos infidencias. Esa relación de familia ensamblada que construímos es algo sagrado.
Como familia apostaron a un cambio profesional que implicó radicarse en Francia. ¿Qué significó ese cambio para ti?
Fue una gran apuesta. Yo ya tenía mi empresa de arquitectura junto a un socio, e inicialmente pensé que íbamos a volver pronto, o que iba
a poder ir y venir. Luego me di cuenta de que era imposible, así que vendí mi empresa, mi auto y tomé contacto con que el movimiento significaba dejar esa vida y empezar de cero acompañando a alguien.
¿Estabas muy confiada del cambio? ¿Creías tanto en esa apuesta?
Creo que estaba muy enamorada. Tenía muchísima confianza en mi marido, en lo que teníamos como pareja, y ambos sentíamos que valía la pena. Tal vez había un poco de inocencia y juventud en mí, pero él me inspiraba tanta confianza y seguridad, que no lo dudé. Vale la pena tomar riesgos por amor.
Esa apuesta los convirtió en un equipo ¿Qué le dirías a alguien que busca una relación donde uno y uno suman mucho más que dos?
El consejo que le daría a cualquier persona que quiera un matrimonio feliz es: sal de fiesta, diviértete, recorre, vive tu vida como un individuo independiente, y una vez que te hayas encontrado con alguien que haya transitado ese camino, entonces ambos tienen un autoconocimiento, son estables por separado y pueden vivir a pleno en conjunto. Pero si tienes duda de lo que quieres o de quién tú eres, entonces…
¿Cómo fueron esos primeros momentos cuando llegaron a Francia?
En un momento no teníamos mesa en nuestra casa. Teníamos muchas cosas, pero otras no. Veíamos televisión desde un colchón en el piso. Me acuerdo como si fuera hoy cuando compramos nuestra primera mesa por 25 Euros. Era roja, plegable, y con dos sillitas. La pusimos en el balcón la primera noche y esa cena es uno de los momentos más románticos de mi vida. Todavía la conservamos por lo que esa mesa representa, el valor de ir subiendo escalones juntos. Algo que también atesoramos.
Con el paso del tiempo habrás enfrentado los matices duros de esa apuesta, ¿Cuáles fueron?
Lo más duro fue dejar a mis amigos, mis amigos del colegio y de la universidad. Empezar de cero en otro sitio sin tus amigos es complejo. Las amistades que forjas son nuevas amistades pero no son esas que están cargadas de tanta historia compartida. La distancia con la familia era algo a lo que estábamos súper acostumbrados. Mi esposo pasó a ser mi todo: mi amigo, mi confidente, mi amante, y todo lo que puedas imaginar. Era mi círculo de contención total. La patria la sientes más en cuanto a las costumbres, pero como yo no estaba tan enraizada no lo sufrí demasiado. Lo que sí me costó al principio fue la calidez de las personas. No fue hasta que viví en Francia que me di cuenta de que nosotros, los latinos, nos miramos, nos abrazamos, nos tocamos, nos piropeamos. Fue difícil lograr el sano equilibrio entre no perder mi esencia y no caer mal socialmente.
Por tus raíces imagino que el idioma no fue una gran barrera, ¿o sí?
Es curioso. No y sí al mismo tiempo. Yo hablaba francés, pero estando en Francia, un día fui a hacer una lista de supermercado y me di cuenta que no sabía escribir el idioma. Comencé clases con la Alianza Francesa y luego decidí inscribirme en un curso que ofrecía la Universidad de Lyon a estudiantes extranjeros antes de comenzar sus estudios de grado. Yo tenía 33 años y ellos 18. Me rejuvenecí muchísimo. Estudié un año y medio y aprendí sobre la cultura francesa porque nos tocaba analizar
muchas cosas que estudian los franceses en el colegio como arte, literatura, e historia.
En Francia estudiaste francés, trabajaste como arquitecta y viviste en varias ciudades, ¿Cómo te impactó la noticia de venir a Uruguay?
Cuando llegó la oferta de mudarnos a Uruguay, lo viví con mucho entusiasmo y felicidad porque implicaba volver a Latinoamérica.
¿Cómo fue la llegada a Uruguay? No fue exactamente lo que esperaba. Me di cuenta de que Uruguay no era la Latinoamérica que yo conocía. No se hablaba el mismo español que yo conocía, e ir a Venezuela era más complicado desde Uruguay que desde Francia. Recuerdo que al principio yo hablaba y no me hacía entender. Con mi marido la gente hacía un esfuerzo por su tono francés, pero con mi tono, poca gente hacía el esfuerzo. Tuve el shock de llegar a una Latinoamérica no caribeña. No eran las mismas costumbres, yo era “exótica”, y la gente me preguntaba siete veces al día de dónde era. Pensarías que no, pero finalmente te afecta porque uno ve que
no somos tan distintos después de todo. No fue amor a primera vista digamos…
Pues fíjate, a mí me impactó, pero asimismo me impactó que la gente sea buena desde adentro. Es buena de verdad y eso siempre me impresiona. No ves tanta malicia, no sientes que un uruguayo te quiere joder. Al poco tiempo de llegar estaba en un kiosko, no tenía con qué pagar y el señor me dijo “tranquila, me paga otro día”. Me encanta cuando está a punto de estallar un conflicto y alguien dice “no seas peleador”.
¿Qué fue lo que más disfrutaste de venir a Uruguay?
Uruguay me dio el regalo más lindo de todos, que fue ser mamá de Vincent. A los 15 días de nuestra llegada fui a una cita con el ginecólogo porque quería tener un bebé. El doctor me hizo una serie de exámenes y cuando me hicieron la ecografía la señora me dijo: “sí, ahí está”. Yo pensé que tenía un tumor, o algo malo. Y le pregunté a la señora “¿Tú me estás dando la noticia más importante de mi vida y me dices: ahí está?”, y me contestó: “Sí, hay gestación”. Fue un momento muy cómico. Con mi marido siempre bromeamos de que no sólo tenemos un hijo uruguayo, es tan uruguayo que parece que le hubieran puesto sangre charrúa. ¿Cómo no voy a querer yo a este país cuando me dio lo más lindo de la vida?
¿Es Uruguay un buen destino para ser mamá?
Sí, lo es. Para nosotros lo más complejo fue tener un hijo sin familia y sin nuestra red de amigos. Tuvimos la suerte de conocer a Olga
que fue una señora que nos acompañó por muchos años, y que en verdad fue una abuela para Vincent y me cuidó a mi como a una hija. Mi hijo comenzó el Liceo Francés a los 2 años y medio, justo cuando nos mudamos a un apartamento en Punta Gorda. Lo increíble fue que en el mismo piso unos vecinos tenían un hijo
de la misma edad, que iba al mismo colegio.
Ese chico es hasta el día de hoy el mejor amigo de Vincent y ellos, nuestra familia uruguaya. Vivíamos de puertas abiertas y los chicos iban y venían y eso hizo una gran diferencia.
¿Y aquí también pudiste trabajar? Sí, trabajé como arquitecta en obra para un estudio que también construye. Fue una época de mucha diversión, trabajo, y de aprender
ese lenguaje con el que te comunicas con los obreros. Me fue muy bien, aprendí a hablar como uruguaya, y ellos como venezolanos.
Generamos hasta códigos. Había palabritas censuradas que cuando se me escapaban, todos sabían que algo iba mal. Aprendí mucho del mercado y fue volver a la acción. En Francia, mis trabajos eran de oficina. Yo me aburro en la oficina, me gusta la obra.
¿Hoy están basados en Uruguay nuevamente pero en el medio tuvieron que salir por seis años a Argentina, ¿Cómo fue ese proceso?
Argentina representa en sí una etapa linda pero fue duro irnos de Uruguay porque ya nos habíamos establecido aquí. En Argentina
todo era genial, te diría que fue un maravilloso escenario para ser mamá y dedicarme a disfrutar de mi hijo, e hicimos lindas amistades en Córdoba, rodeados de hermosos paisajes y buen vino..
¿Es difícil hacer amigos cuando llegas a un nuevo mercado?
Es difícil conseguir en quién confiar y que la amistad sea genuina. Y lo otro es que la gente se hace ideas de uno, de que es inalcanzable cuando eres la persona más normal del mundo. A veces, incluso, para no incomodarte no te suman a determinados planes porque sienten que estás lleno de invitaciones, y de repente estás solo. Y en nuestro caso, mi marido nunca es “el CEO” fuera de su trabajo aunque mucha gente lo imagine así. Cuando encuentras esa gente especial, los quieres conservar, y los quieres hasta como si fueran de tu familia.
¿Quién es Sophie realmente?
Es una mujer bastante poco complicada y que se adapta mucho. Le gusta lo simple, que la cosa fluya, que no haya conflicto, aunque le gusta tener el control de muchas cosas. Así que, tiene carácter, es alguien alegre y que le gusta que los que están a su alrededor, estén bien. Eso último es la milla extra que siempre recorre si está a su alcance. Es una artista, muy pero muy sensible, transparente y alguien que no soporta la injusticia.
¿Cuáles son las injusticias que más te afectan? Las que más dolor me dan son las etiquetas de todo tipo y color: políticas, religiosas, si vienes de tal lado entonces serás de tal o cual forma. Y también las injusticias sociales. Me molestan los pre conceptos, en mis obras un tema recurrente es el cambio de perspectiva, por eso utilizo piezas que provienen del descarte. Vienes de un país donde se viven grandes injusticias sociales. ¿Cómo te llega eso?
Es muy triste e injusto que en un país tan rico haya gente que pase tan mal. En un momento llegué a no ver más noticias de Venezuela porque no lo toleraba. Tal vez, fue muy egoísta de mi parte, pero dejé de verlas porque me afectaba mucho.
¿Hay dictadura en Venezuela? En Venezuela hace más de 20 años que el poder está en manos de las mismas, creo que la alternancia en el poder es vital. El poder es
una droga que embelesa y ciega. Pero la situación no es tan simple como parece desde fuera, hay demasiados intereses de por medio.
¿Cómo fue la vuelta a Uruguay? Coincide con una etapa súper difícil como fue la salida de la pandemia. Mi marido tuvo que
comenzar a hacer viajes a Uruguay y nosotros tuvimos que quedarnos un tiempo en Argentina. Él tampoco podía ir y venir por las restricciones de cuarentena así que fue nuestra única etapa separados aunque por pocos kilómetros. En lo personal, justo unos años antes de volver a Uruguay había tomado la decisión de dedicarme al arte lo cual significó una serie de decisiones importantes en mi vida. Emocionalmente este cambio me afectó mucho y me despertó algo que estaba dormido en mi
interior, al mismo tiempo que tenía que viajar al exterior por proyectos familiares. Fue difícil manejar tantas variables a la vez, pero aquí en
Uruguay, toda mi red de amigas me recibieron con los brazos abiertos y me ayudaron con toda la logística. Fue un gran alivio saber que
no comenzaba de cero y la red de contención estaba ahí.
¿Es el uruguayo un amigo leal?
El uruguayo es así. La gente cambia, pero cuando un uruguayo te abrió las puertas, no importa si te vas y vuelves, porque ahí seguirán abiertas para ti. Tal vez al principio del vínculo le cuesta abrirse, pero siempre digo que cuando abre la puerta, tú primero pasas y luego cierran la puerta contigo dentro.
TUVE EL SHOCK DE LLEGAR A UNA LATINOAMÉRICA NO CARIBEÑA. NO ERAN LAS MISMAS COSTUMBRES, YO ERA “EXÓTICA”, Y LA GENTE ME PREGUNTABA SIETE VECES AL DÍA DE DÓNDE ERA. PENSARÍAS QUE NO, PERO FINALMENTE TE AFECTA PORQUE UNOVE QUE NO SOMOS TAN DISTINTOS DESPUÉS DE TODO
¿Volviste a tu hogar?
Definitivamente, aquí tengo gente en la que puedo confiar. Además, siendo el país de mi hijo, es lo más cercano a un hogar que teníamos. Era algo que habíamos construido de a tres. Francia es más de mi marido, Venezuela más mío, y tocaba volver a casa. Además, ya quería hacer vida de barrio, salir y que hubiera cosas cerca, por eso me encanta Pocitos. Y además, le regalamos a mi hijo de 13 años que pueda ir caminando por la rambla solo hasta el colegio. Eso no tiene precio. La verdad fue muy fácil volver.
¿Cómo fue el regreso en términos profesionales?
Llegué con muchas dudas sobre mis decisiones y acciones como artistas, y ahí casi por error, casualidad o destino llegué a Myriam Zini quien se convirtió en mi gran ayuda, cable a tierra, mentora y amiga. Ella me ayudó muchísimo en esta primera etapa, me hizo tener confianza en mí y mi proceso. Sin ningún reparo me compartió sus conocimientos del mundo artístico uruguayo y me acercó a muchos artistas y talleres. Diana Saravia me dio la oportunidad de exponer por primera vez y luego tuve el privilegio de acompañarla junto a grandes artistas en la celebración de los 25 años de su galería con una exposición en el Museo Ralli de Punta del Este.
¿De qué habla tu obra? Mis obras hablan sobre la resiliencia, la transformación, y la adaptación. Eso se ve traducido en cómo la forma de los materiales va mutando. Donde antes había desechos y restos, ahora hay posibilidades de creación. En mis obras, juego con los conceptos que adjudicamos a los materiales y a sus propiedades, buscando siempre resignificarlos. Me gusta hacer obras que se pueda tocar, que la gente pueda apropiarse e incluso transformarlas porque
una obra es el resultado de la interacción, es lo que ve quien la misma haciéndolo desde su mundo, sus experiencias y su cultura.
¿Cuál de tus obras es la que te trae más orgullo? Creo que siempre es la última porque se trata
de en qué estás pensando y qué te está atravesando, en definitiva de qué estás viviendo. Ahora me siento muy orgullosa de la muestra en la que estoy en Hyatt Centric Montevideo porque estoy al lado de artistas bien importantes. Algo muy lindo de este proceso junto a ellos, es que también te impulsan a ir por más, nunca me han hecho sentir como que están a otro nivel ni han hecho pesar el privilegio que tengo de compartir cartel con ellos.
¿De qué trata esta última obra? Es una pieza que tiene muchos vacíos, que se retuerce sobre ella para volver a nacer. Es una representación de mi búsqueda de adaptación, de no quedarte con lo que ya tienes, sino de lo que puede ser. La base de la obra son piezas que fueron consideradas restos y que tras la intervención se convierten en algo más. El color que es tan importante para mi, tiene esa impronta mía caribeña.
¿Cómo te ves en el futuro? Creo que queda Uruguay para rato, nos encanta vivir aquí y es parte de nuestro proyecto de vida. Tengo muchos proyectos, obras de gran escala que quisiera desarrollar en espacios abiertos, sobre todo quisiera continuar como artista, aprendiendo y también desarrollar mi capacidad de sentirme libre de expresar lo que quiero y siento. El proyecto RED Espacios que desarrollé junto a Myriam Zini y Pia Susaeta que busca llevar el arte a lugares alternativos de exposición, acercarla a la gente y sacarla de los estereotipos donde suele encasillarse, ha tenido muy buena acogida de parte de la comunidad artística como del
público en general. Estoy muy enfocada en seguir poniéndole toda mi energía en hacerlo crecer.
¿Te arrepientes por haber dejado la arquitectura de lado? No, no me arrepiento. Me enseñó muchísimo sobre la composición, los materiales y las proporciones. Yo trabajo en dimensión y escultura, y esa capacidad me la dio la arquitectura. Sigo amándola desde otro lado y no me arrepiento del otro lado que hoy no está presente.
De hecho, no hay nada de lo que me arrepienta, todo sirve para aprender Te ha tocado comenzar de cero muchas veces, ¿Cómo vives con la incertidumbre de que
tal vez debas volver a cambiar de destino? Hace que tu vida no sea rutinaria. Cuando te reinventas, te vuelves flexible y la vida necesita de ello. Nos mudamos 11 veces, entonces ya no todo está dado por hecho. Te vuelves menos materialista y te hace estar más conectado con lo que verdaderamente importa.
No estás pensando todo el tiempo en ello. Hay otros extranjeros que el cambio les impacta más y se quejan de lo que no hay, ponte de que no hay arepas. Yo siempre pienso “no se queje, disfrute y aproveche a comer la mejor carne del mundo a un precio razonable”. Pero en definitiva saber que tal vez deba volver a
cambiar de destino, no me hace sentir para nada inestable porque mi estabilidad son mi esposo y mi hijo. Lo más importante es siempre saber cuál es tu núcleo.
¿Qué es algo que nadie sepa de ti? Que soy más sensible de lo que parezco. Que el hecho de que siempre esté sonriendo no quita que tenga sentimientos. A veces, trato
de tener esa fachada, pero no siempre lo estoy internamente. Soy vulnerable, lo cual no significa que no sea fuerte. Ser esposa de… ¿Es difícil? Ser esposa de, no es difícil. Lo difícil es lo que los demás piensan y esperan que tú seas como consecuencia de ello. De puertas para adentro yo no soy la esposa de un CEO, eso es una etiqueta que a ti te ponen. En nuestra relación somos pares, tomamos decisiones por igual y no hay jerarquías. Siempre supimos que éramos un equipo y reconocemos y agradecemos al otro.
¿Algún dato curioso y gracioso sobre ti? Prefiero que me regalen herramientas en vez de joyas.

Fotografía: Matias Yardino